martes, 31 de marzo de 2009

Proyecto S

No volvió a pasarme lo de ése día. Al contrario, ahora todos llegaban temprano, ya que estábamos por terminar el proyecto y nadie quería perderse de los avances. Nunca estaba sola en un lugar pues siempre tenía personas a mi alrededor que tenían dudas acerca de algo que yo había dicho o puesto en unas de las tantas plantillas que debía rellenar con cifras e información que ayudaba a los dos departamentos que estaba a cargo de este proyecto.
Y todo seguía igual que antes.
Sonny no me hablaba, Mike seguía imparable y Lam siempre encima mío queriendo que el explicara en qué iba le proyecto. No podía decirle que se fuera, pero sabía que Mike sí podía sentirlo. Insinuaba cosas cada vez que Lam se acercaba a mí, y él notaba mis caras de frustración.
-¿Pasa algo cariño? –preguntaba, acercándose hacia donde estaba yo y Lam. Maldecía por lo bajo, pero siempre me mostraba con una sonrisa radiante delante de todos. Lam siempre se giraba a verlo.
-¿Eh? –inquiría confuso.
-Nada, nada –le respondía él moviendo la mano de un lado para otro como si espantara a una mosca. La mosca era yo, obviamente –sólo me pareció ver a nuestra querida Ilim con cara de dolor.
Y ahí Lam se volvía a mirarme preocupado.
-¿Estás bien Yal?
-Sí, no es nada –mentía yo.
Siempre y cuando Lam no mirara, le mandaba una mirada asesina a Mike quien hacía una reverencia y se iba. Trataba de no darle importancia y seguía con la explicación para Lam que asentía cuando le mostraba los avances y le repetía la necesidad de tener a alguien del comité del premio Nobel para mostrarle lo que teníamos antes de mandar el proyecto a las oficinas de la Real Academia Sueca de Ciencias. Lam me encontraba la razón, pero nunca se decidía a mandar una solicitud pues, a veces, creía que el proyecto no era tan bueno. Por lo menos en eso, Mike estaba de acuerdo conmigo, aunque, por supuesto, no lo decía frente a mí, si no que se limitaba a hablar con Lam a la hora del almuerzo o cuando a mí me tocaba dar clases. Nunca iba a dejar de ser tan niño y dejar la estúpida rencilla que él mismo había inventado. Pero ya no iba a prestarle más atención, iba a dejar que hablara solo. Ignorarle siempre había sido mi opción, pero siempre terminaba disgustada por las cosas que me decía. Ya no, nunca más.
Estaba harta de todo. Y al repetirlo en mi cabeza, me daba cuenta de que estaba convirtiéndome en una amargada sin remedio. No salía a ninguna parte, no me juntaba con amigas porque simplemente no las tenía, no salía a comprarme ropa a menos que fuera estrictamente necesario y urgente, no comía fuera de casa… en resumen, no me relacionaba con nadie de forma intima a no ser que fuera conmigo misma. Pues ahora ni Sonny contaba. Creía que no me importaba, que no me haría mayor problema al no tener a nadie, yo era feliz en mi trabajo y cuando llegaba a mi departamento, también era feliz. O eso creí… hasta que leí, por casualidad, lo que Mike había puesto en la bitácora.
Habían pasado más de dos días desde que me sucedió el incidente, al que nadie comenté y del que nadie sabía. Me encontraba sola en el DELUB a la hora del almuerzo, testeando la penúltima molécula que me quedaba, para dar el resultado final de toda la investigación que habíamos hecho. Ahora sólo quedaba encontrar una manera para hacer que mi pequeño sol no fuera tan radioactivo. Fue entonces cuando sin querer derramé mi café encima de mi escritorio al querer tomar una pinza que s encontraba encima del CPU. La taza se tambaleó peligrosa hasta que por fin fue a dar justo del lado en donde tenía más papeles. Suspiré con rabia, casi gruñí, admito. Pero es que justo a mí me pasaban cosas así y ya estaba harta de mi mala suerte.
La taza, al final y como se suponía que debía ser si me pasaba a mí, se cayó al piso y se quebró. Poniendo mis ojos en blanco de pura irritación me agaché a recoger los pesazos cuando sentí que me mojaba la espalda… el café estaba goteando, manchando educadamente mi blanco delantal.
Me dieron ganas de llorar.
Estaba a punto de concluir lo que había estado investigando por casi 7 días, sin descanso y apenas durmiendo, y todo me salía mal justo al final. Cerré los ojos contando hasta ocho en mi mente. Cuando al fin los abrí, me sorprendí al ver un par de zapatos negros frente a mí. Levanté lentamente la vista, rogando al cielo que por favor no fuera Mike, pero ese día parecía que todo salía al revés de lo que pedía.
Cuando me di cuenta de que era Mike –sólo con notarle le membrete que llevaba en el delantal –bajé la vista rápidamente. Mascullando palabras que sólo yo entendía traté de levantarme, digo traté porque, obviamente, siendo mi día de suerte, podría caerme, no debería haberlo ni siquiera pensado, porque ese fue exactamente lo que pasó. Puse el pie izquierdo para apoyarme al levantarme, pero el derecho no quiso cooperar. Cuando quise ponerme de pie, el pie derecho de resbaló con lo que había de café en el suelo y me caí de espalda. Pero eso no fue lo peor. Por supuesto que no. Lo peor fue que en un intento desesperado por no perder el equilibrio me agarré del delantal de Mike, haciendo que cayera conmigo…. Más bien, encima mío.
-¡Ay! –grité sintiendo el cuerpo de Mike sobre mío… sintiéndolo demasiado. -¡Muévete! –exigí.
-Pequeña Ilim, pero qué picarona me has salido.
-¡Que te muevas, dije! –volví a pedirle. Mike hizo el ademán de pararse, pero sólo se acomodó mejor para poner sus codos a cada lado de mi cabeza.
-Estás bastante tensa –señaló. Su aliento a pasta dental me golpeó el rostro.
-Y eso no te importa. Ahora quítate. –lo empujé con mis manos, pero fue tan inútil como la vez en la caseta. No se movió ni un centímetro.
-¿Por qué siempre rehúyes de mí? –inquirió en un susurro.
Tragué saliva. En mi vida Mike me había hablado en ese tono y eso me hacía sentime incómoda. Muy incómoda.
-No sé de qué hablas. –Respondí mirando hacia al lado, donde las gotas de café seguían cayendo sin parar.
-Ahora lo haces… -apuntó él.
-¿Puedes quitarte, por favor? –me reventaba pedirle las cosas de buena manera, pero creía que era la única forma de quitármelo de encima. Literalmente.
Aun así no se movió ni un milímetro. Suspiré. Calculé que debían ser las 2 con 15 de la tarde, por lo que ya estarían por llegar quienes habían ido a almorzar. Traté de ser amable con Mike, por primera vez en mi vida.
-Por favor, Mike, sal encima de mí. –Decir su nombre me raspó la garganta. Él se limitó a sonreír.
-Sólo respóndeme. –Pidió.
Apreté los dientes. ¿Qué iba a responderle? Él sabía perfectamente porqué no me gustaba estar cerca de él, porqué odiaba su presencia y porqué lo trataba como paria. No tenía sentido decírselo. Pero bueno… si él así lo quería… No iba a desaprovechar la ocasión de decirle lo mucho que lo odiaba.

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