viernes, 24 de abril de 2009

La Bitácora. Parte 3.

Me quedé de pie sin poder moverme durante bastante rato. Miraba el vacío tratando de comprender qué era exactamente lo que había pasado. Mi mente estaba como adormecida y me decía que todo era un sueño. Que tenía que cerrar los ojos y volverlos a abrir para despertarme. Tal vez pellizcarme funcionara, pero era cobarde, por lo que esa opción la pasé de largo. Aunque hice lo que mi mente me dijo, no desperté. Y seguí parada, en una pose digna de una estatua abstracta, con los ojos en el vacío y un poco de frío.
¿A qué había ido Mike? A buscar la bitácora… ¿cierto? No. Sabía que no había sido para eso. Pero no se me ocurría nada como para saber a qué había ido a buscarme. Tal vez para ver el estado en que me había dejado luego de lo de aquella tarde. Quizá a constatar daños. Ahora estaría camino a su casa riéndose por la forma en que yo había reaccionado, sonriendo ante la idea de no dejarme tranquila hasta en casa. ¿Había persona más detestable que él en este planeta? ¿Más ridículamente estúpida? ¿No había nadie más que tuviera ganas de hacerme la vida imposible? Porque mejor que lo hiciera al tiro. Ya estaba lo bastante dolida como para prestarle atención así que un poco de piedad.
-Moléstenme ahora, -mascullé. –Por favor… no más.
Y como lo débil que soy, volví a llorar.
Me estiré en el sofá y apreté el cojín lo más fuerte que pude. Quería hacerme tiras las uñas, pero le temía al dolor, por lo que dejé de hacerlo. Mike, Mike, Mike… Lo tenía en mi mente y no podía salir de ahí. Estaba incrustado en mi cerebro. Tenía su olor en mi casa... en mi sofá… en mí. No podía dejar de odiarlo. De maldecirlo, por la forma de ser que tenía conmigo. Quería morir en ese instante, quería desaparecer, no volver más. Irme lejos, volar si era posible. Pero mi razón me lo impedía. Tienes responsabilidades, Ilim. Me dijo. No puedes llegar y abandonar. No por un simple hombre. Tú no eres así.
-Tal vez, sí soy así –dije entre sollozos. –Tal vez sí soy una persona sumamente débil, y quiero escapar…
Ilim, piénsalo. No tires todo a la basura por Mik—
-¡No digas su nombre! –exclamé con la voz pastosa. –No quiero más de él… ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio!
Apreté el cojín más fuerte. Algo duro me molestaba en la mano, así que lo pesqué y lo tiré al piso. Era la bitácora. No me molesté en recogerla de nuevo. No me molesté en nada. Creo que estaba tan cansada de llorar que me quedé dormida por eso.
Y soñé. Me vi a mi misma sentada en uno de esos bancos del parque en donde solía jugar de pequeña. Me vi observando los juegos de los demás chicos, pues yo era muy tímida como para acercarme y jugar con ellos. Parpadeé. Un chico no muy grande se sentaba a mi lado y me preguntaba si me pasaba algo. Me corazón casi llega a la luna cuando supe que ése chico era Mike. A sabiendas de que en mi niñez no me había topado jamás con esa bestia. Con mi voz, apagada, quise gritarle a la niña que no le respondiera, que se alejara de él lo más rápido posible. Que él no era más que algo dañino que no la dejaría vivir el resto de su vida tranquila. Pero no me salía la voz. Yo, con mi cara de cinco años, le sonreí al chico y me fui a jugar con él. Grité, o bueno, eso pensé que era lo que hacía, pero ni yo misma me escuchaba. Me giré inquieta, pues no veía a la pequeña. Y he aquí que ya no estaba en el parque si no en el colegio. Frente a una chica que quería golpearme porque yo no le quería prestar mi muñeca nueva. Sabía que ése no era ya un sueño, que eso me había pasado cuando yo era pequeña, que de verdad estaba viendo mi pasado. La chica levantaba su mano en un puño, con toda la intención de golpearme, cuando un chico, unos centímetros más alto que ella, la detiene diciéndole que si no me dejaba en paz se las vería con él y sus amigos. Mi estómago se encogió, porque a pesar de no reconocerlo para nada en facciones, sabía que ése era Mike. Mi yo pequeño lo veía alejarse con admiración. La imagen cambió radicalmente mostrándome cuando yo estaba en mis primeros años en la universidad. Me vi estudiando mientras un muy popular Mike se burlaba de mis anteojos nuevos. Me vi con cara de rabia, con ganas de azotarlo a la pared de un solo empujón y destruirle la nariz con las pinzas nuevas del laboratorio. Pero también noté cómo no hacía nada. Como dejaba que Mike me siguiera molestando, escuchando cómo todos se reían de mí. Y pensar que el muy simio estaba ya en la universidad donde el acoso a los estudiantes ya no sucede porque a nadie le interesa perder el tiempo molestando a alguien cuando tiene un futuro por sacar. Tal vez por eso era que yo no le contestaba. Me encontraba superior. Sí, ésa es la palabra. No me iba a poner al mismo nivel que Mike, por eso no le tomaba la más mínima atención. Aunque, luego, me pusiera a llorar sólo del odio que le tenía.
Creía que mi sueño ya estaba volviéndose pesadilla, pues las palabras de Mike, cuando estudiábamos, seguían repitiéndose una y otra vez. Quise despertarme y gracias a Dios, lo estaba consiguiendo. Mi sofá era demasiado incómodo… no duré mucho dormida.
Vi la hora. Las 4 de la mañana. Perfecto. Había dormido la mitad de la noche en el sofá. Me dolía todo. Me levanté a penas. Mis pensamientos seguían corriendo sin parar y sin pensar en que yo no quería escucharlos. No quería saber de nada más. No quería ver las imágenes de mi sueño, darme cuenta de que Mike seguía siendo la horma de mi zapato… ¡Pero qué horma! ¡Es un vidrio! Un vidrio que me hiere cada vez que camino, que me hace saber que está ahí, que no quiere que camine feliz… quiere que ande siempre con cara de dolor. Un vidrio que no sabía cómo quitarme de encima.
Caminé como zombie, arrastrando los pies, me debía de ver patética, cómo si no, con una cara de moribunda, con el pelo digno de un cantante de rock y mi ropa toda arrugada. Mike burlándose, Mike riéndose de mí, Mike en el mismo trabajo que yo, Mike diciendo mi nombre, Mike sobre mí, Mike en mi casa, Mike en mi sofá, Mike abrazándome, Mike, Mike, Mike… ¡Basta! Cerré los ojos y me tapé los oídos, como si con eso pudiera aislarme del mundo, como si así estuviera a salvo, parada en una isla solitaria a miles de kilómetros de la costa sin nadie, sin nada, y en especial, sin Mike. Mi pies apenas se movían y para colmo me tropecé y caí de bruces. Traté de detener la caída con mis manos, pero en eso me doblé mi dedo chico. Grité de dolor. Hace tiempo que no me golpeaba tan fuerte y me sentía muy rara, como si hubiera previsto que me caería, pero no hubiera hecho nada, salvo seguir el camino, sabiendo que me caería de todas formas. Ahí, mirando el suelo traté, con mis pies, de tocar con lo que me acababa de tropezar. Sentí algo duro, pero no veía nada. Mi living estaba con las cortinas cerradas, cortinas de color negro, debo señalar. Así que comencé a arrastrarme como un gusano hasta la lámpara de piso y, como si estuviera borracha, me afirmé del palo que la sostenía hasta llegar al cable que encendía la ampolleta. Al instante me di vuelta y miré con rabia hacia el lugar de mi caída. Ahí, con cierto aire de triunfadora, estaba la bitácora que había tirado luego de que Mike se fuera. Sentí un frío recorrerme la espalda cuando me acordé de él, y de mi sueño, y de todas las veces en que me había sentido tan miserable luego de llegar del DELUB. Suspiré.
Las ganas de dormir se habían espantado, por lo que a duras penas, me levanté del piso y me dirigí al baño. Me lavé la cara y me peiné. A la luz eléctrica mi pelo tenía un tono casi colorín. Bueno, era castaño claro en realidad, y corto. Mis flequillos me tapaban los ojos, no había tenido tiempo de cortármelos como la hacía cada mes, mis cejas estaban escondidas. Mis ojos, rojos como los de un conejo, me dieron escalofríos. Los cerré tratando de olvidarme de todo. Mi mente estaba agotada, mi corazón estaba hecho pedazos. Ni que estuviera saliendo con Mike, era tal el dolor que sentía que no cría que pudiera haber otro tan feo como ese. Me dolía hasta respirar. Era como si mi propia cara me recordara a él, como si al verme así, destruida, lo viera a é l burlándose de mí, y de mis ojos. Já, Ilim, mira lo que te he hecho, ¿no crees que soy un maestro? Su voz por cada rincón de mi ser me hizo cruzar los brazos por mi regazo. ¿Qué a caso no podía dejarme tranquila? ¿Por qué pensaba tanto en él?
Me lavé la cara tres veces. Mojándome todo el pecho como si fuera una niña pequeña. Me cepillé los dientes y traté de peinar la maraña de pelo que tenía. Fui a la cocina en busca de algo que comer. Casi me muero cuando vi que todas mis compras estaban ordenadas. Yo no las había ordenado, y si no había sido yo tendría que haber sido… No lo podía creer. ¿Era Mike quien había dejado tan limpia mi cocina? ¿Cuánto rato había estado sentada en el sofá sin darme cuenta de que él estaba ahí? Tragué saliva compulsivamente. No era sorpresa lo que sentía, era algo mucho más horrible. Era como… culpa. Me da vergüenza ponerlo, pero era la verdad. Me sentía culpable por la manera en que lo había tratado… Espera, detuve mis pensamientos al momento, ¿crees que con una sola acción él puede redimirse? Por supuesto que no. Y aunque sabía que tenía razón, la culpa no desaparecía.

domingo, 19 de abril de 2009

La Bitácora. Parte 2.

-¿Estás bien? –oí que me preguntaba. Qué irónico, pensé, parece hasta preocupado… -¿Ilim?
-Estoy bien –le dije sin mirarlo.
No me acordaba de cuando abrí la puerta. Creo que el verlo allí, en mi casa hacía que todo pareciera un sueño. Un horrible sueño, debo admitir. Mike se sentó a mi lado y suspiró.
-Te fuiste del DELUB por mi culpa, ¿cierto?
Levanté una ceja, pero no respondí. Él tenía razón, había sido SU culpa, no iba a quitar el remordimiento de su conciencia. Sabía que me estaba mirando, lo sentía. Como siempre. Pero el estar en mi casa me hacía sentir sumamente vulnerable, por lo que no podía decirle que se marchara. Las palabras apenas salían de mi boca.
-¿Cómo supiste donde vivo? –le pregunté con voz muy baja. Creía que si hablaba normal, me rompería en pedazos, lo que de seguro pasaría si él se quedaba por más tiempo.
-Siempre lo he sabido –me contestó.
No me sorprendí mucho. Por lo general todos los trabajadores del DELUB sabían donde vivían sus colegas y en caso de urgencias ya sabía donde acudir. Era muy práctico. Bueno, ahora me daba cuenta de que no tanto.
Asentí levemente. Él no me dijo nada más. Se quedó a mi lado, sentado, sin moverse, sin decir nada. Me atreví a mirarle de reojo. Él no me miraba en lo absoluto, como yo creí. Sus ojos parecían pensativos, como nunca los había visto antes. Tenía la vista clavada en el piso, y las manos muy juntas, casi haciéndose daño una a la otra. Parecía querer decir algo, pero no podía hacerlo. Y yo no iba a invitarlo a que lo hiciera, por lo demás.
Me revolví incómoda en donde estaba. Quería que se fuera, que me dejara sola. Necesitaba un momento de paz, y él me estaba quitando las pocas horas de soledad que me quedaban antes de poner todas mis energías en el proyecto S. Quería gritarle, para ser exacta. Quería echarlo a patadas, y escupirle si era necesario. Pero algo en su expresión me alarmó en sobremanera, impidiéndome hacer lo que pretendía.
Yo no era una persona mala. Quiero decir, que me preocupaba de lo que los demás sentían a mí alrededor y si podía los ayudaba. Era un sentimiento bastante molesto, pues a veces no tenía nada de tiempo, pero al ver a alguien que necesitaba de mi ayuda, lo hacía sin importarme las consecuencias después. Y siempre terminaba en problemas o llegando tarde a mí trabajo. Ahora me estaba pasado lo mismo. Al ver al simio de esa forma, como si quisiera llorar, me daban ganas de ayudarlo… ¡A mí!, y me sentía fatal por eso. Una parte de mí me decía que tenía que echarlo lo más rápido de la casa si no quería tener pesadillas más tarde, pero otra, no menos fuerte, me decía que tenía que preguntarle si necesitaba algo, pues al parecer a eso había ido a mi casa. No quería hacerlo, no quería involucrarme con él… y no iba a hacerlo.
Me levanté del sofá y me puse frente a él. Mike ni siquiera se movió y no quería tocarlo para llamar su atención tampoco. Carraspeé dos veces. No se movió. Me di la vuelta alrededor del sofá y nada. No se percataba de que quería que se fuera. Me crucé de brazos y a golpear el piso con la punta de mi zapato. Otra vez nada. Me estaba poniendo histérica. La única forma, y la que no quería hacer por nada del mundo, era pedirle que se fuera. Suspiré. Abrí la boca para hablar, pero no pude. Algo no me dejaba decir palabra alguna. Suspiré de nuevo, y de nuevo, y otra vez, y muchas veces más. No iba a hablar y no por que no quisiera, si no, porque no podía. Mi voz no quería salir a través de mi boca y no iba a obligarla tampoco. Suspiré de nuevo. No entendía qué era lo que pasaba. Toda mi sangre hervía de tal forma que mi cara ya debía parecer tomate, pero no podía pedirle que se fuera… simplemente no podía hacerlo. Algo en mi interior me gritaba que el tipo no era malo y que en esos precisos momentos estaba sufriendo por algo, pero yo no sabía porqué, y mi parte racional no quería averiguarlo. Suspiré por centésima vez.
-Deja de hacer eso, por favor.
Mike no me miraba. Suspiré de nuevo.
-Ilim, basta. –Me pidió ahora con voz más firme. Pero seguía sin mirarme.
Iba a suspirar de nuevo pero de súbito él se levantó y me tapó la boca.
-Por favor –me rogó con ojos rojos.
Tragué saliva.
En mi vida lo había visto así. Estaba como perdido, como si no supiera qué hacer, y aunque quisiera saberlo, no se lo iba a preguntar. Necesitaba que se fuera. Miré hacia otro lado, pues sus ojos me estaban quemando. Sentí que iba a decir algo, pero no lo hizo. Otra vez ese silencio incómodo.
-Suéltame –le dije a través de su mano. Me apretó más. Casi haciéndome daño.
Y me abrazó.
Fue horrible. Lo más espantoso que había vivido hasta ese momento. Sentirlo junto a mí, como esa tarde. Me dieron ganas de vomitar, y no bromeo. Lo detestaba tanto que simplemente el contacto de su cuerpo, me hacía tener náuseas. Me abrazó con fuerza, me dolían los brazos y la cintura, donde me apretaba más. Estuve callada por unos segundos, sorprendida, al principio porque un abrazo no lo esperaba jamás y menos de Mike. No toleraba contacto físico con nadie. Me sentía muy incómoda. Pero luego de un rato la irritación se fue apoderando de mí. Quería patearlo, y nada en el mundo me lo iba a impedir.
-¡Suéltame! –grité junto a su oído con toda la fuerza que pude. -¡Ahora!
Él no me dijo nada. Seguía usando toda su fuerza para retenerme ahí. Me revolví para que me soltara, pero como ya sabía: no tenía nada de fuerza. En un momento, que fueron menos de dos segundos, me prometí que iría al gimnasio. Tenía que acrecentar mi fuerza, me daba vergüenza darme cuenta de que era una debilucha que no podía defenderse de un simple abrazo. Pero ese pensamiento se fue tan pronto como llegó. Ahora sólo quería que Mike me dejara. Que se fuera, no volverlo a ver. No saber más de él.
-Mike… -escupí el nombre –por favor. Suéltame.
Tal vez mi voz reflejó tal desesperación, o una angustia insoportable. O tal vez fuera sólo el hecho de que se lo pedía como nunca lo había hecho, amablemente, con un dejo de rendición. O quizá Mike aya había tenido suficiente conmigo y notaba el daño que me hacía. No sabía. Pero Mike, apenas yo hablé me soltó de inmediato.
Me quedé en la posición en la que él me había dejado. Me dolían un poco los brazos como para moverlos al instante. Además él tampoco lo hizo.
-Vine a buscar la bitácora. –Me dijo carraspeando, pero sin mirarme.
-No la tengo, -le dije. En ese momento no tenía idea de donde había dejado la bitácora. Creía que estaba en el DELUB. Mike bufó.
-Te la llevaste tú Ilim. Pásamela.
-No la tengo –le volví a decir.
-Como quieras.
Y se fue.

viernes, 17 de abril de 2009

La Bitácora.

Llegué a mi departamento y lo primero que hice fue llorar. Me derrumbé en el piso, con los papeles en mi mano y toda sucia. Esta vez fue diferente a todas las veces que había llegado a casa. Lloraba, sí, por culpa de Mike y de sus estupideces que me hacían perder el control. Pero ahora todo tenía un matiz distinto dada la traición de Sonny.
A através del dolor traté de entender por qué Sonny se estaba comportando así conmigo, pero no lo podía adivinar. No tenía ni pies ni cabeza que no me hablara, y menos que no hubiera hecho nada cuando me vio ahí con Mike sobre mí. Mi pecho llenaba todo mi cuerpo y no podía respirar bien. No tenía hambre y no quería levantarme del piso. No quería volver al DELUB y no quería ver nunca más a Mike. Lo odiaba. Lo detestaba, lo aborrecía, lo maldecía hasta querer verlo morir. Todo lo que me pasaba era su culpa, y nada en el mundo justificaba lo que hacía pasar. Nada.
Me dolía el cuerpo de sólo acordarme de que aun debía seguir yendo al laboratorio. Aunque mi decisión estaba tomada. Renunciaría apenas el proyecto estuviera en marcha. Y me daba igual si no me daba créditos y se los daban al simio de Mike, por mí que todo se fuera a la punta del cerro. Así que debía concentrarme sólo en querer terminarlo pronto. Entre más rápido avanzara, más rápido saldría de allí.
Me quedé en el suelo hasta que me dolieron los hombros y la cabeza. Me levanté muy lentamente, pues tenía mullidas todas las articulaciones. Sin darme cuenta habían pasado más de tres horas en el suelo sin parar de llorar. Y ya era hora de que dejara de sentir lástima por mí. Me dirigí al baño y sin siquiera mirarme al espejo –porque me daba miedo lo que allí vería –me desnudé metiéndome inmediatamente a la ducha. El agua caliente me devolvió un poco de la cordura que se me había quedado en el suelo. Ya no iba a volver a pensar en cosas malas de nuevo. No iba a repasar imágenes en mi cabeza que solo me harían volver a llorar. No iba a sentir rabia, no iba a acordarme de Mike en todo lo que me quedaba del día… Volvería mañana. Tenía que terminar el proyecto a como diera lugar. No debía quedarme pegada con nada, así todo sería mucho, pero mucho más rápido.
Me arropé muy bien antes de salir de la ducha, pues no quería pescar un resfriado que me mantendría en cama, lo que no era nada algo bueno para mis planes. Me vestí y ordené un poco. Los papeles que se habían ensuciado con el café estaban en el piso aún, y no tenía ánimos para levantarlos, pero eran papeles importantes, por lo que a regañadientes los colgué en la soga junto a mi ropa recién lavada. Lo único que se había salvado era la estúpida bitácora de Lam. La tiré al sofá del living. Escribiría luego, cuando hubiera comido algo –aunque no tenía nada de hambre –pues no quería tener nada malo con mi cuerpo. Una fatiga no era para nada buena esos momentos.
Tragué –pues comer es una palabra un poco más decente que no refleja lo que hice –toda la comida. No dejé nada. Lavé concienzudamente mis utensilios (no quería enfermarme) y me fui a acostar. Debía tener una buena siesta antes de ir al supermercado –me había dado cuenta de que mi refrigerador estaba pelado –y para ir a caminar y ver pecios se necesita energía. Las amas de casa lo saben muy bien.
Me acosté en mi cama, sin hacer, y me abrigué con el cobertor que tenía. Hace días que no pasaba tanto tiempo en mi departamento. Era como si recién lo hubiera comprado, o me hubiera mudado hace horas. Me sentía extraña en mi propio hogar. Eso me hacía ratificar la idea de que tenía que renunciar. No me di cuenta de cuando me dormí. Sólo recuerdo me imaginaba partiéndole la cara a Mike y que nadie me decía nada. Estaba fuera de mí.
Desperté en la oscuridad. Me volví a mirar la hora de mi reloj digital: las 20: 37. Temprano todavía. Me levanté. Me arropé muy bien, y salí. Mi auto no estaba calentito, por lo que a los minutos ya me encontraba tiritando al volante. La calefacción se había averiado hace días, pero como nunca lo noté necesario no lo había mandado a arreglar. Y ahora me congelaba. Genial. Puse una radio de música clásica y apenas una hora después ya me encontraba en casa. El supermercado no estaba lleno, por lo que no me demoré nada y la cajera estaba apurada así que me atendió como una bala.
No había puesto ni un pie fuera del ascensor cuando un olor, que más se parecía al del infierno, se coló por mi nariz. Era el indudable –y muy despreciable –aroma de la peste llamada Mike.
Me quedé entre el ascensor y el piso. A lo mejor me había confundido, y no era él. Tal vez el dueño del departamento de enfrente se había comprado la misma agua de alcantarilla de Mike. Debía decirle que había gastado dinero de más. Las bolsas me pesaban en las manos. No era que me había traído todo el supermercado conmigo, pero no tenía nada de fuerza. Era científica, por Dios, la fuerza estaba para estudiarla no para tenerla. En fin, me decidí a salir, esperanzada en que mi vecino hubiera botado su perfume en el pasillo y así dejara el fétido olor que casi me mata de un paro.
-¿Te ayudo? –escuché que me preguntaba alguien. Levanté ala vista. Había estado, al parecer, mucho rato parada en el quicio del ascensor.
La boca se me quedó abierta. Yo conocía el horrible tono de la voz de Mike. Algo entre lo sarcástico y lo burlesco-meloso, que reconocía muy bien, aunque estuviera al miles de metros de distancia. Pero ahora su voz sonó normal. Hasta amable, y por eso no me di cuenta de que estaba a su lado, hasta que me senté en el sofá de mi living.

sábado, 4 de abril de 2009

Proyecto S. Parte 3

Sonny me ayudó a levantarme. Tenía toda la parte derecha de mi delantal manchada con café. Mis papeles estaban pegoteados al escritorio, pero de eso me encargué después. Lo primero que hice, bueno, que me obligaron a hacer fue llevarme a la pequeña enfermería del DELUB, donde me había quedado cuando me desmayé. Sonny me sentó allí y yo pensando que me haría algún reconocimiento de rutina comencé a recostarme, pero Sonny me detuvo cuando casi estaba por tocar el almohadón con la cabeza.
-No, siéntate. –Me ordenó.
Si Sonny quería hablar conmigo, yo no iba a ser quién lo detuviera. Tal vez era el momento para arreglarnos y volver a ser los amigos que éramos antes de su confesión. Esperé como buena chica a que hablara, pero no podía controlar el movimiento de mis piernas que cuando tienen que estar quietas se mueven como locas. Sonny puso su mano sobre la punta del tacón de mi zapato y me miró.
-Lo siento. –Me dijo.
Puse cara de paleta. Yo sé que eso no existe, pero para mí, esa expresión quiere decir que no tenía expresión. Era tan inerte como una paleta. Sonny se mordió el labio y comenzó a jugar con sus dedos sobre mi zapato.
-Yo vi cómo Mike estaba sobre ti.
-¿Qué? –alcancé a decir antes de que la ira me invadiera como torbellino. ¿Qué me había visto con Mike? ¡Y no había hecho nada! Cerré los ojos tratando de concentrarme en no explotar allí mismo. Las experiencias raras se estaban volviendo pan de cada día y eso me cansaba.
-Lo siento –volvió a disculparse.
-No hiciste nada… -murmuré. -¡Nada!
Respiré hondo usando mi energía de reserva para no reventar. Sonny se levantó y miró hacia el vacío detrás de mí.
-Sé que no hay excusa, pero fue todo tan rápido…
-¿Rápido? –mascullé con la ira en la punta de la lengua.
-O sea, yo llegué y al cabo de cinco segundos Mike se levantó y salió de la habitación. Luego te pusiste a reír. Iba a preguntarte si estabas bien, pero todos comenzaron a llegar y te vieron…
-¿Mike te vio? –tiré la pregunta sin importarme si lo había interrumpido o no.
-Creo que sí… aunque no estoy seguro… -dudaba en serio.
-Está bien.
Bajé de la camilla y me encaminé a la puerta.
-Lo único que voy a decirte Sonny, es que esto era lo único que no me esperaba de ti.
Y salí dando un portazo.
Me dirigí a mi puesto, no me fijé en si alguien me miraba, ni siquiera si querían hablar conmigo. No estaba en condiciones de hablar con nadie. Tomé todos los papeles sin importarme si me chorreaban café o si me manchaban más el delantal o el pantalón. Puse todo entre mis brazos y partí al ascensor.
-¡Yal! –oí que me llamaban. Volví la vista y me encontré a Lam con cara de interrogante. -¿Te vas?
-Sí, necesito descansar, por favor, volveré mañana. Tal vez pasado.
-Pero el proyecto... –Lam parecía que se iba a ahogar.
-Dile a tu grandioso equipo de trabajo que lo siga haciendo por mí. Por favor Lam, de verdad necesito descansar.
Lam retrocedió ante el fuerte tono de mis palabras. Estaban ordenando más que pidiendo. Me mordí el labio incapaz de pedir disculpas. Estaba muy enojada como para hacerlo.
-Está bien… -dijo muy bajo.
-Lam, -me acerqué a él y le tomé el hombro. –No voy a dejar esto botado, pero realmente necesito un descanso.
-Las mentes maestras no necesitan descanso –oí que decían detrás de mí.
No fue necesario darme vuelta para saber que la voz era de Mike. Pero no iba a discutir. No tenía ánimos ni la energía suficiente como para decirle nada, tampoco se me ocurría. Me volví lentamente y sin mirarlo pasé a su lado.
-Quizá yo no sea una mente maestra –murmuré al pasar.
La puerta del elevador estaba abierta, de seguro que Mike había salido de allí, pero ya me importaba un reverendo bledo. No iba a hacerme mala sangre por nada y menos por Mike… ni siquiera me alcanzaba un poco de rabia para Sonny. Y viendo la cara de todos en el DELUB que me miraban con una cara de: “lo sabíamos, está loca”, esperé a que la puerta se cerrara y dejar atrás lo que allí hubiera pasado.

viernes, 3 de abril de 2009

Proyecto S. Parte 2

Le sostuve la mirada bastante rato. La luz no nos llegaba, dada la posición en la que nos encontrábamos, aun así podía verle los ojos perfectamente.
-¿Me vas a responder o qué? –me apuró.
-Estoy pensando. –Le respondí. La verdad es que sabía todo lo que quería decirle, pero tenerlo allí, encima de mí, me hacía las cosas un poco más difíciles de lo normal.
Noté que se reía.
-¿Qué es tan gracioso? –le espeté.
Mike cerró los ojos y yo por hacer algo, bajé la mirada a sus labios que aun conservaba la herida. Tragué saliva. La idea de que él había sido quien me había besado, volvía de vez en cuando. Cada cierto tiempo mi mente me lanzaba interrogantes como: ¿Y si hubiera querido molestarte? Por que esa es una forma bastante directa de hacerlo. ¿No crees? Yo no lo creía por supuesto. La mente de Mike no era tan retorcida como para hacerme eso. Tal vez le gustaba molestarme, eso sí, pero no al extremo de besarme a la fuerza. Suspiré. Entonces Mike abrió los ojos.
-¿Ya pensaste?
-Bueno, sí.
-¿Y?
-Trato de alejarme de ti porque no veo la razón de que estemos cerca. Nada en ti me atrae, por lo que no me interesa estar contigo. ¿Me entiendes?
Se lo dije de la manera más normal que pude, pero no dejé de notar que la voz se me quebraba de la rabia. Creo que Mike también lo notó, pero no dijo nada. Se limitó sólo a reír.
-¿Ahora podrías salir de encima mío?
-Otra cosa –dijo.
-¿Otra? –pregunté con un evidente tono de fastidio.
-¿Te sientes sola?
Lo miré de golpe, pues había desviado la vista cuando le dije que me cargaba su presencia. Mike sonreía de oreja a oreja. Parecía que había ganado la lotería o algo por el estilo. Entrecerré los ojos.
-No, no me siento sola.
-No mientas.
-Tú no te metas. –Respondí rápidamente. Mike se acercó más a mí. Casi sentía el roce de su barbilla sobre la mía. Miré hacia el lado. No iba a involucrarme en su jueguito.
-Te sientes sola y lo sabes.
-¿Qué pretendes preguntándome eso? –le espeté con rabia, aun sin mirarlo.
-No me cambies el tema. Responde.
-Ya te dije, no me siento sola.
-¿Segura?
No entendía nada de a lo que Mike quería llegar. ¿Para qué me preguntaba esas cosas? Cerré los ojos. No iba a hablar con él hasta que no saliera de encima. Mike se movió un poco. Parecía que su cuerpo ya estaba incómodo de tanto estar sobre el mío.
-¿Por qué no te sales y ya? –inquirí en un susurro.
-Por que no podría hablar contigo –me respondió.
-Nunca hablamos, no tendríamos porqué hacerlo ahora.
-Por lo mismo, Ilim. Necesitamos hablar.
-No.
-Sí.
Me estaba poniendo de los nervios. Sentía mis manos tiritar de la rabia.
-¿Tanto me odias que me haces sentir el ser más miserable de la tierra? –murmuré sin contenerme. Si él quería hablar en serio, pues bien, ahora era mi turno de preguntar.
Lo sentí removerse incómodo. Sentir todo su cuerpo sobre el mío no ayudaba para nada a calmarme.
-No te odio –musitó.
Abrí los ojos de golpe. ¿Había escuchado bien? ¿Qué Mike no me odiaba? Claro… y las vacas volaban. Me reí. Comencé con una risa carente de sonido, sólo para mí, pero luego se convirtió en un desahogo. Me dolía la garganta de sólo reírme. Mi cuerpo convulsionaba a causa de mis carcajadas y no podía parar ni siquiera para respirar. No era una risa de felicidad ni nada parecido, al contrario, me reía para borrar lo que Mike me había dicho. O, para hacerle entender que no creí lo que me dijo y que lo tomaba más como una broma que como una burla. Y de pronto me sentí libre, pude respirar hasta el fondo y moverme hacia los lados sin tener el peso mutante de Mike encima de mí. Ahí creo que las risas pararon.
Abrí los ojos y lo busqué, pero no lo encontré. Me volví hacia mi costado y me quedé así por un rato interminable. No sé cuanto tiempo estuve hablando incoherencias que ni yo entendía, lo único que sé es que cuando sentí una mano en mi hombro casi grité del susto.
-¿Estás bien, Yal?
Me incorporé y vi que todos los integrantes del DELUB habían vuelto del almuerzo y me miraban como si yo fuera algo radioactivo. Me puse colorada. Sonny estaba a mi lado, sostenía mi espalda, seguro de que me caería de un momento a otro.
-¿Qué sucedió? –preguntó Dana.
Alcé la vista preguntándome lo mismo. ¿Qué había pasado?