viernes, 24 de abril de 2009

La Bitácora. Parte 3.

Me quedé de pie sin poder moverme durante bastante rato. Miraba el vacío tratando de comprender qué era exactamente lo que había pasado. Mi mente estaba como adormecida y me decía que todo era un sueño. Que tenía que cerrar los ojos y volverlos a abrir para despertarme. Tal vez pellizcarme funcionara, pero era cobarde, por lo que esa opción la pasé de largo. Aunque hice lo que mi mente me dijo, no desperté. Y seguí parada, en una pose digna de una estatua abstracta, con los ojos en el vacío y un poco de frío.
¿A qué había ido Mike? A buscar la bitácora… ¿cierto? No. Sabía que no había sido para eso. Pero no se me ocurría nada como para saber a qué había ido a buscarme. Tal vez para ver el estado en que me había dejado luego de lo de aquella tarde. Quizá a constatar daños. Ahora estaría camino a su casa riéndose por la forma en que yo había reaccionado, sonriendo ante la idea de no dejarme tranquila hasta en casa. ¿Había persona más detestable que él en este planeta? ¿Más ridículamente estúpida? ¿No había nadie más que tuviera ganas de hacerme la vida imposible? Porque mejor que lo hiciera al tiro. Ya estaba lo bastante dolida como para prestarle atención así que un poco de piedad.
-Moléstenme ahora, -mascullé. –Por favor… no más.
Y como lo débil que soy, volví a llorar.
Me estiré en el sofá y apreté el cojín lo más fuerte que pude. Quería hacerme tiras las uñas, pero le temía al dolor, por lo que dejé de hacerlo. Mike, Mike, Mike… Lo tenía en mi mente y no podía salir de ahí. Estaba incrustado en mi cerebro. Tenía su olor en mi casa... en mi sofá… en mí. No podía dejar de odiarlo. De maldecirlo, por la forma de ser que tenía conmigo. Quería morir en ese instante, quería desaparecer, no volver más. Irme lejos, volar si era posible. Pero mi razón me lo impedía. Tienes responsabilidades, Ilim. Me dijo. No puedes llegar y abandonar. No por un simple hombre. Tú no eres así.
-Tal vez, sí soy así –dije entre sollozos. –Tal vez sí soy una persona sumamente débil, y quiero escapar…
Ilim, piénsalo. No tires todo a la basura por Mik—
-¡No digas su nombre! –exclamé con la voz pastosa. –No quiero más de él… ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio!
Apreté el cojín más fuerte. Algo duro me molestaba en la mano, así que lo pesqué y lo tiré al piso. Era la bitácora. No me molesté en recogerla de nuevo. No me molesté en nada. Creo que estaba tan cansada de llorar que me quedé dormida por eso.
Y soñé. Me vi a mi misma sentada en uno de esos bancos del parque en donde solía jugar de pequeña. Me vi observando los juegos de los demás chicos, pues yo era muy tímida como para acercarme y jugar con ellos. Parpadeé. Un chico no muy grande se sentaba a mi lado y me preguntaba si me pasaba algo. Me corazón casi llega a la luna cuando supe que ése chico era Mike. A sabiendas de que en mi niñez no me había topado jamás con esa bestia. Con mi voz, apagada, quise gritarle a la niña que no le respondiera, que se alejara de él lo más rápido posible. Que él no era más que algo dañino que no la dejaría vivir el resto de su vida tranquila. Pero no me salía la voz. Yo, con mi cara de cinco años, le sonreí al chico y me fui a jugar con él. Grité, o bueno, eso pensé que era lo que hacía, pero ni yo misma me escuchaba. Me giré inquieta, pues no veía a la pequeña. Y he aquí que ya no estaba en el parque si no en el colegio. Frente a una chica que quería golpearme porque yo no le quería prestar mi muñeca nueva. Sabía que ése no era ya un sueño, que eso me había pasado cuando yo era pequeña, que de verdad estaba viendo mi pasado. La chica levantaba su mano en un puño, con toda la intención de golpearme, cuando un chico, unos centímetros más alto que ella, la detiene diciéndole que si no me dejaba en paz se las vería con él y sus amigos. Mi estómago se encogió, porque a pesar de no reconocerlo para nada en facciones, sabía que ése era Mike. Mi yo pequeño lo veía alejarse con admiración. La imagen cambió radicalmente mostrándome cuando yo estaba en mis primeros años en la universidad. Me vi estudiando mientras un muy popular Mike se burlaba de mis anteojos nuevos. Me vi con cara de rabia, con ganas de azotarlo a la pared de un solo empujón y destruirle la nariz con las pinzas nuevas del laboratorio. Pero también noté cómo no hacía nada. Como dejaba que Mike me siguiera molestando, escuchando cómo todos se reían de mí. Y pensar que el muy simio estaba ya en la universidad donde el acoso a los estudiantes ya no sucede porque a nadie le interesa perder el tiempo molestando a alguien cuando tiene un futuro por sacar. Tal vez por eso era que yo no le contestaba. Me encontraba superior. Sí, ésa es la palabra. No me iba a poner al mismo nivel que Mike, por eso no le tomaba la más mínima atención. Aunque, luego, me pusiera a llorar sólo del odio que le tenía.
Creía que mi sueño ya estaba volviéndose pesadilla, pues las palabras de Mike, cuando estudiábamos, seguían repitiéndose una y otra vez. Quise despertarme y gracias a Dios, lo estaba consiguiendo. Mi sofá era demasiado incómodo… no duré mucho dormida.
Vi la hora. Las 4 de la mañana. Perfecto. Había dormido la mitad de la noche en el sofá. Me dolía todo. Me levanté a penas. Mis pensamientos seguían corriendo sin parar y sin pensar en que yo no quería escucharlos. No quería saber de nada más. No quería ver las imágenes de mi sueño, darme cuenta de que Mike seguía siendo la horma de mi zapato… ¡Pero qué horma! ¡Es un vidrio! Un vidrio que me hiere cada vez que camino, que me hace saber que está ahí, que no quiere que camine feliz… quiere que ande siempre con cara de dolor. Un vidrio que no sabía cómo quitarme de encima.
Caminé como zombie, arrastrando los pies, me debía de ver patética, cómo si no, con una cara de moribunda, con el pelo digno de un cantante de rock y mi ropa toda arrugada. Mike burlándose, Mike riéndose de mí, Mike en el mismo trabajo que yo, Mike diciendo mi nombre, Mike sobre mí, Mike en mi casa, Mike en mi sofá, Mike abrazándome, Mike, Mike, Mike… ¡Basta! Cerré los ojos y me tapé los oídos, como si con eso pudiera aislarme del mundo, como si así estuviera a salvo, parada en una isla solitaria a miles de kilómetros de la costa sin nadie, sin nada, y en especial, sin Mike. Mi pies apenas se movían y para colmo me tropecé y caí de bruces. Traté de detener la caída con mis manos, pero en eso me doblé mi dedo chico. Grité de dolor. Hace tiempo que no me golpeaba tan fuerte y me sentía muy rara, como si hubiera previsto que me caería, pero no hubiera hecho nada, salvo seguir el camino, sabiendo que me caería de todas formas. Ahí, mirando el suelo traté, con mis pies, de tocar con lo que me acababa de tropezar. Sentí algo duro, pero no veía nada. Mi living estaba con las cortinas cerradas, cortinas de color negro, debo señalar. Así que comencé a arrastrarme como un gusano hasta la lámpara de piso y, como si estuviera borracha, me afirmé del palo que la sostenía hasta llegar al cable que encendía la ampolleta. Al instante me di vuelta y miré con rabia hacia el lugar de mi caída. Ahí, con cierto aire de triunfadora, estaba la bitácora que había tirado luego de que Mike se fuera. Sentí un frío recorrerme la espalda cuando me acordé de él, y de mi sueño, y de todas las veces en que me había sentido tan miserable luego de llegar del DELUB. Suspiré.
Las ganas de dormir se habían espantado, por lo que a duras penas, me levanté del piso y me dirigí al baño. Me lavé la cara y me peiné. A la luz eléctrica mi pelo tenía un tono casi colorín. Bueno, era castaño claro en realidad, y corto. Mis flequillos me tapaban los ojos, no había tenido tiempo de cortármelos como la hacía cada mes, mis cejas estaban escondidas. Mis ojos, rojos como los de un conejo, me dieron escalofríos. Los cerré tratando de olvidarme de todo. Mi mente estaba agotada, mi corazón estaba hecho pedazos. Ni que estuviera saliendo con Mike, era tal el dolor que sentía que no cría que pudiera haber otro tan feo como ese. Me dolía hasta respirar. Era como si mi propia cara me recordara a él, como si al verme así, destruida, lo viera a é l burlándose de mí, y de mis ojos. Já, Ilim, mira lo que te he hecho, ¿no crees que soy un maestro? Su voz por cada rincón de mi ser me hizo cruzar los brazos por mi regazo. ¿Qué a caso no podía dejarme tranquila? ¿Por qué pensaba tanto en él?
Me lavé la cara tres veces. Mojándome todo el pecho como si fuera una niña pequeña. Me cepillé los dientes y traté de peinar la maraña de pelo que tenía. Fui a la cocina en busca de algo que comer. Casi me muero cuando vi que todas mis compras estaban ordenadas. Yo no las había ordenado, y si no había sido yo tendría que haber sido… No lo podía creer. ¿Era Mike quien había dejado tan limpia mi cocina? ¿Cuánto rato había estado sentada en el sofá sin darme cuenta de que él estaba ahí? Tragué saliva compulsivamente. No era sorpresa lo que sentía, era algo mucho más horrible. Era como… culpa. Me da vergüenza ponerlo, pero era la verdad. Me sentía culpable por la manera en que lo había tratado… Espera, detuve mis pensamientos al momento, ¿crees que con una sola acción él puede redimirse? Por supuesto que no. Y aunque sabía que tenía razón, la culpa no desaparecía.

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