-¿Estás bien? –oí que me preguntaba. Qué irónico, pensé, parece hasta preocupado… -¿Ilim?
-Estoy bien –le dije sin mirarlo.
No me acordaba de cuando abrí la puerta. Creo que el verlo allí, en mi casa hacía que todo pareciera un sueño. Un horrible sueño, debo admitir. Mike se sentó a mi lado y suspiró.
-Te fuiste del DELUB por mi culpa, ¿cierto?
Levanté una ceja, pero no respondí. Él tenía razón, había sido SU culpa, no iba a quitar el remordimiento de su conciencia. Sabía que me estaba mirando, lo sentía. Como siempre. Pero el estar en mi casa me hacía sentir sumamente vulnerable, por lo que no podía decirle que se marchara. Las palabras apenas salían de mi boca.
-¿Cómo supiste donde vivo? –le pregunté con voz muy baja. Creía que si hablaba normal, me rompería en pedazos, lo que de seguro pasaría si él se quedaba por más tiempo.
-Siempre lo he sabido –me contestó.
No me sorprendí mucho. Por lo general todos los trabajadores del DELUB sabían donde vivían sus colegas y en caso de urgencias ya sabía donde acudir. Era muy práctico. Bueno, ahora me daba cuenta de que no tanto.
Asentí levemente. Él no me dijo nada más. Se quedó a mi lado, sentado, sin moverse, sin decir nada. Me atreví a mirarle de reojo. Él no me miraba en lo absoluto, como yo creí. Sus ojos parecían pensativos, como nunca los había visto antes. Tenía la vista clavada en el piso, y las manos muy juntas, casi haciéndose daño una a la otra. Parecía querer decir algo, pero no podía hacerlo. Y yo no iba a invitarlo a que lo hiciera, por lo demás.
Me revolví incómoda en donde estaba. Quería que se fuera, que me dejara sola. Necesitaba un momento de paz, y él me estaba quitando las pocas horas de soledad que me quedaban antes de poner todas mis energías en el proyecto S. Quería gritarle, para ser exacta. Quería echarlo a patadas, y escupirle si era necesario. Pero algo en su expresión me alarmó en sobremanera, impidiéndome hacer lo que pretendía.
Yo no era una persona mala. Quiero decir, que me preocupaba de lo que los demás sentían a mí alrededor y si podía los ayudaba. Era un sentimiento bastante molesto, pues a veces no tenía nada de tiempo, pero al ver a alguien que necesitaba de mi ayuda, lo hacía sin importarme las consecuencias después. Y siempre terminaba en problemas o llegando tarde a mí trabajo. Ahora me estaba pasado lo mismo. Al ver al simio de esa forma, como si quisiera llorar, me daban ganas de ayudarlo… ¡A mí!, y me sentía fatal por eso. Una parte de mí me decía que tenía que echarlo lo más rápido de la casa si no quería tener pesadillas más tarde, pero otra, no menos fuerte, me decía que tenía que preguntarle si necesitaba algo, pues al parecer a eso había ido a mi casa. No quería hacerlo, no quería involucrarme con él… y no iba a hacerlo.
Me levanté del sofá y me puse frente a él. Mike ni siquiera se movió y no quería tocarlo para llamar su atención tampoco. Carraspeé dos veces. No se movió. Me di la vuelta alrededor del sofá y nada. No se percataba de que quería que se fuera. Me crucé de brazos y a golpear el piso con la punta de mi zapato. Otra vez nada. Me estaba poniendo histérica. La única forma, y la que no quería hacer por nada del mundo, era pedirle que se fuera. Suspiré. Abrí la boca para hablar, pero no pude. Algo no me dejaba decir palabra alguna. Suspiré de nuevo, y de nuevo, y otra vez, y muchas veces más. No iba a hablar y no por que no quisiera, si no, porque no podía. Mi voz no quería salir a través de mi boca y no iba a obligarla tampoco. Suspiré de nuevo. No entendía qué era lo que pasaba. Toda mi sangre hervía de tal forma que mi cara ya debía parecer tomate, pero no podía pedirle que se fuera… simplemente no podía hacerlo. Algo en mi interior me gritaba que el tipo no era malo y que en esos precisos momentos estaba sufriendo por algo, pero yo no sabía porqué, y mi parte racional no quería averiguarlo. Suspiré por centésima vez.
-Deja de hacer eso, por favor.
Mike no me miraba. Suspiré de nuevo.
-Ilim, basta. –Me pidió ahora con voz más firme. Pero seguía sin mirarme.
Iba a suspirar de nuevo pero de súbito él se levantó y me tapó la boca.
-Por favor –me rogó con ojos rojos.
Tragué saliva.
En mi vida lo había visto así. Estaba como perdido, como si no supiera qué hacer, y aunque quisiera saberlo, no se lo iba a preguntar. Necesitaba que se fuera. Miré hacia otro lado, pues sus ojos me estaban quemando. Sentí que iba a decir algo, pero no lo hizo. Otra vez ese silencio incómodo.
-Suéltame –le dije a través de su mano. Me apretó más. Casi haciéndome daño.
Y me abrazó.
Fue horrible. Lo más espantoso que había vivido hasta ese momento. Sentirlo junto a mí, como esa tarde. Me dieron ganas de vomitar, y no bromeo. Lo detestaba tanto que simplemente el contacto de su cuerpo, me hacía tener náuseas. Me abrazó con fuerza, me dolían los brazos y la cintura, donde me apretaba más. Estuve callada por unos segundos, sorprendida, al principio porque un abrazo no lo esperaba jamás y menos de Mike. No toleraba contacto físico con nadie. Me sentía muy incómoda. Pero luego de un rato la irritación se fue apoderando de mí. Quería patearlo, y nada en el mundo me lo iba a impedir.
-¡Suéltame! –grité junto a su oído con toda la fuerza que pude. -¡Ahora!
Él no me dijo nada. Seguía usando toda su fuerza para retenerme ahí. Me revolví para que me soltara, pero como ya sabía: no tenía nada de fuerza. En un momento, que fueron menos de dos segundos, me prometí que iría al gimnasio. Tenía que acrecentar mi fuerza, me daba vergüenza darme cuenta de que era una debilucha que no podía defenderse de un simple abrazo. Pero ese pensamiento se fue tan pronto como llegó. Ahora sólo quería que Mike me dejara. Que se fuera, no volverlo a ver. No saber más de él.
-Mike… -escupí el nombre –por favor. Suéltame.
Tal vez mi voz reflejó tal desesperación, o una angustia insoportable. O tal vez fuera sólo el hecho de que se lo pedía como nunca lo había hecho, amablemente, con un dejo de rendición. O quizá Mike aya había tenido suficiente conmigo y notaba el daño que me hacía. No sabía. Pero Mike, apenas yo hablé me soltó de inmediato.
Me quedé en la posición en la que él me había dejado. Me dolían un poco los brazos como para moverlos al instante. Además él tampoco lo hizo.
-Vine a buscar la bitácora. –Me dijo carraspeando, pero sin mirarme.
-No la tengo, -le dije. En ese momento no tenía idea de donde había dejado la bitácora. Creía que estaba en el DELUB. Mike bufó.
-Te la llevaste tú Ilim. Pásamela.
-No la tengo –le volví a decir.
-Como quieras.
Y se fue.
Capítulo XVIII. Parte 4.
Hace 16 años
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